Toni Frissell [Public domain], via Wikimedia Commons
Onde você está? A pergunta invade o meu remorso com a suspeita da resposta. Longe, muito longe! Nem tanto pelo que se pode medir. Mais pelo que se pode sentir. Longe, muito longe! Isto martela a minha mente e dissipa meus sonhos. Aqueles mesmos sonhos que vivemos juntos, mais na imaginação do que na realidade. Mas isto não nos importava. Quando as miragens traduzem a realidade do coração, são por elas que vivemos. Longe, muito longe! Cada vez mais longe por esta estrada que consumo pelo acelerador, acompanhado por paisagens silenciosas, pela música que logo esqueço, que se canta rápida na distração de remoer minha saudade. Definitivamente, há algo estranho nesta estrada que percorro. Algo que escapa ao entendimento. Por um lado, o ruído brando do motor disputa com o assobio suave de um vento que passa por alguma fresta. Não sei onde, são apenas barulhos e silêncio, intercalados com a percepção atenta na estrada. Misturados com a teimosia de uma mente que não para, assim como o carro. Mas que passa por locais distantes, já no limite da abstração. A rodovia vem e vai. Você vai e vem. A gangorra do tempo me leva ao teu colo no passado e à fantasia do presente. Não sei onde você está. Talvez esteja envolta por braços estranhos, talvez feliz. Ou talvez esteja também numa estrada sem rumo.
Longe, muito longe!
Posso descrever as imagens, bem como aquelas miragens que se confundem vestidas de realidade. Não há discernimento na alucinação, apenas vultos e coisas, encadeadas sem lógica ou razão, sem tempo ou instantes. São momentos evocados que se misturam com as pequenas cidades que passam e se deitam ao lado do carro. Emprestam-se como cenários, onde a vejo. Emprestam as pessoas, que te acompanham. Emprestam as calçadas por onde passeio contigo. Logo elas e você vão embora e passam grandes campos verdes, colinas pretensiosas de altitudes, riachos esquecidos e placas malconservadas. Na miragem, passam metrópoles e desertos cercados por montanhas imponentes, vestidas com um chapéu branco de neve. Passa você caminhando pelo acostamento, com um vestido branco de seda. Cabeça baixa, passos hesitantes e descalços. Seu cabelo ruivo se mistura com o sol, pingando reflexos dourados nas minhas lágrimas. Grito para ti, mas você desaparece no repente de uma piscada. Maldita piscada. Eu deveria ter eternizado meus olhos em ti, a minha paixão em ti e meu amor em nós.
Longe, muito longe!
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¿Dónde usted está? La pregunta invade mi remordimiento con la sospecha de la respuesta. ¡Lejos, muy lejos! Ni tanto pelo que se puede medir. Más pelo que se puede sentir. ¡Lejos, muy lejos! Esto martilla mi mente y disipa mis sueños. Aquellos mismos sueños que vivimos juntos, más en la imaginación del que en la realidad. Pero esto no nos importaba. Cuando los espejismos traducen la realidad del corazón, son por ellos que vivimos. ¡Lejos, muy lejos! Cada vez más lejos por esta carretera que consumo con el acelerador, acompañado por paisajes silenciosas, por la música que inmediatamente olvido, que se canta rápida en la distracción de remoler mi añoranza. Definitivamente, hay algo extraño en esta carretera que recorro. Algo que escapa a la comprensión. Por un lado, el ruido blando del motor disputa con el silbido suave de un viento que pasa por alguna rendija. No sé dónde, son sólo barullos y silencio, intercalados con la percepción atenta en la carretera. Mezclados con la obstinación de una mente que no para, así como el coche. Pero que pasa por locales distantes, ya en el límite de la abstracción. La carretera viene y va. Usted va y viene. El balancín del tiempo me lleva a tu regazo en el pasado y a la fantasía del presente. Tal vez esté envuelta por brazos extraños, tal vez esté feliz. O tal vez esté también en una carretera sin rumbo.
¡Lejos, muy lejos!
Puedo describir las imágenes, así como aquellos espejismos que se confunden vestidas de realidad. No hay discernimiento en la alucinación, sólo bultos y cosas, encadenadas sin lógica o razón, sin tiempo o instantes. Son momentos evocados que se mezclan con las pequeñas ciudades que pasan y se acostan al lado del coche. Se prestan como escenarios, donde a veo. Prestan las personas, que te acompañan. Prestan las calzadas por donde paseo contigo. Luego usted e ellas van, aunque, y pasan grandes campos verdes, colinas pretensiosas de altitudes, riachos olvidados y placas mal conservadas. En el espejismo, pasan metrópolis y desiertos cercados por montañas imponentes, vestidas con un sombrero blanco de nieve. Pasa usted caminando por el arcén, con un vestido blanco de seda. Cabeza baja, pasos dubitativos y descalzos. Su cabello pelirrojo se mezcla con el sol, goteando reflejos dorados en mis lágrimas. Grito para ti, pero usted desaparece en el repente de una parpadeada. Maldita parpadeada. Yo debería tener eternizado mis ojos en ti, mi pasión en ti y mi amor en nosotros.
¡Lejos, muy lejos!
